Es el principio: 1992. De ella surgieron las demás. Su modelado es fuerte, las líneas puras aunque no limpias. Verticalidad. Hieratismo. Un diálogo con Brancussi. Tan solo cuenta la silueta. El silencio es la nada: el principio y el final. La figura está sola, no hay comunicación, no hay escena ni representación, pero busca la complicidad, busca otras presencias silenciosas. Era, es, el misterio despojado de dioses.

      Formal y conceptualmente busca el mínimo posible, hacia lo imposible. Busca la comunión del silencio, la soledad compartida. Es el silbido del viento, la ingravidez, la lejanía, el tiempo -y la ausencia del tiempo-. Como la lluvia persistente y vertical que se desliza tras estos cristales durante horas y días. Como el sol de la mañana que se refleja en mil destellos sobre las olas tranquilas de este mar añorado. Lejos, el recuerdo de una mujer permanece inmóvil: ¿En qué piensa? ¿Qué mira? ¿Qué sueña? Sin palabras, sin sonido alguno. Simplemente está, en silencio: ella es el silencio.

      Mis esculturas –todas- huyen de la representación. Quisiera modelar –o modular- el silencio mismo, una figura que nos envuelva de silencio y haga brotar en nosotros un manantial de música callada.

      Desde Nietzsche, para nosotros, el pensamiento es música. Y la música, la poesía o la filosofía, son modulaciones del silencio; surgen de él y retornan a él. Tal vez sea cierto que nuestro mundo contemporáneo rechace el silencio y lo maldiga. También el arte parece, en ocasiones, haberse vuelto chillón y estridente, lanzando consignas al viento como ladridos, o adornando el espacio con fuegos de artificio.

      Esta escultura quisiera hacer resonar el silencio, como el tañido de una campana en el horizonte, como el eco de aquellas palabras que no supe pronunciar.

 

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Silencio
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